Es saludable tomar conciencia sobre las emociones. Ya sabemos que cualquier emoción
no es sino un desajuste orgánico. Nuestro organismo pierde su equilibrio
natural puntualmente de modo intenso. Sabemos también que cuando nos enfadamos
u otros se enfadan, podemos asustarnos. Desde ese temor es muy posible que nos
tensemos y perdamos momentáneamente nuestra receptividad. Nuestro organismo se
pone a la defensiva. La reacción es, probablemente, sancionadora. Recordemos
que, además, es habitual que asociemos juicios de valor a las situaciones que
percibimos amenazantes.
Si un alumno o una alumna nos cuestiona o
manifiesta su malestar, perdemos la oportunidad que nos ofrece esa emoción para
conocer qué está sucediendo y, desde ahí, poder resolver de algún modo propicio
a ambas partes. Si ya sabemos que debajo de una expresión de enfado hay un
dolor, más grande o más pequeño, es menos probable que nos blindemos ante ella.
Hemos aprendido que cuando nos enfadamos hay
algo en el ambiente que está oponiéndose al logro de una necesidad. La
frustración de esa necesidad es lo que nos enfada y nos trastorna. A nosotros y
a los demás. Desde ese punto de vista, la disposición a conocer qué es eso que
me frustra o que le frustra al otro, impone un cambio de perspectiva muy
alentador. A partir de ahí, nos podemos situar en otra actitud.
Por otro lado, hemos vivenciado que el enfado y
la frustración vinculada, siguen una secuencia.
Partiendo del conocimiento de que el enfado,
como cualquier emoción, implica un desajuste orgánico más o menos intenso, es
necesario dar salida al excedente de energía que sucede en nuestro sistema.
Cada persona lo hace como puede. Algunas personas descargan con las
extremidades del cuerpo, otras verbalmente, etc... Si inhibimos esa descarga de
energía, tal energía se quedará alojada en nuestro sistema y dará lugar a otro
tipo de desajustes o a acumulación de resentimiento que explotará de modo
imprevisto en algún momento.
Esa descarga es saludable, pese al temor que
nos provoca, tanto en nosotros como en los demás.
Pasado ese pico de descarga, estaremos en mejores
condiciones de abordar la situación que nos altera, puesto que ahora sabemos
que debajo de esa alteración se oculta una frustración que pide ser atendida,
en nosotros y en los demás.
A partir de ahí, nos disponernos a conocer cuál
es la necesidad que subyace, nos damos la ocasión de satisfacerla o no, en
función de nuestras posibilidades y las de los demás. Permitirme saber qué me
pasa y qué le pasa al otro es una actitud de conciencia y conciliadora. No es
posible compartir un espacio de aprendizaje próspero y estable desde la actitud
contraria.
Una vez que hemos permitido al otro y a
nosotros mismos descargar y expresar qué ha pasado, qué nos ha alterado,
podemos continuar hacia un intercambio de propuestas y pactos que nos conforme
a todos, en mayor o menor medida, hasta donde podamos.
La otra posibilidad ya la conocemos: Inhibir y
sancionar la expresión propia o ajena desde la prohibición, desde nuestra
posición de poder, desde el miedo, desde la frustración, desde juicios de valor
culturales castrantes y tóxicos.
Lucina
Vicente Calle
No hay comentarios:
Publicar un comentario